Iglesia catedralicia consagrada a Nuestra Señora la Virgen, situada en Chartres, al noroeste de Francia, considerada como uno de los edificios religiosos más importantes del mundo. El factor decisivo que la hace prevalecer entre otras catedrales francesas es su buen estado de conservación, especialmente el de las esculturas y las vidrieras. La figura más importante en la historia de esta diócesis fue el obispo Fulbert, teólogo escolástico reconocido en toda Europa, que comenzó en el siglo XI las obras de la catedral (sobre el solar que ocupaba un antiguo santuario pagano).
El edificio es de planta cruciforme con el cuerpo principal de 28 metros, organizado en tres naves. La cabecera, situada al este tiene un deambulatorio radial con cinco capillas semicirculares. La bóveda central tiene 36 m de altura, la más alta hasta la fecha cuando fue construida. Esta es cuatripartita y está soportada por arbotantes en el exterior.
La organización en tres naves es sumamente original para la época, con la central mucho más alta que las laterales. Esta dificultad constructiva se solía solventar levantando sobre las naves laterales una amplia tribuna cuya cubierta compensaba el peso de la bóveda central reforzando la estructura, como sucede en las catedrales de Laon o París.
Planta de la Catedral
El maestro de Chartres creando un pilar acantonado consistente en un núcleo cilíndrico central rodeado de cuatro elementos más pequeños que conectan tanto con las cubiertas como con las arcadas que las separan. De ellos el que da a la nave central no tiene capitel sino una cornisa sobre los demás capiteles y que actúa como zócalo del resto de elementos verticales que van a unirse a los arcos y nervios de la bóveda. Con esto se logró una unidad de los complejos soportes sin perjudicar la integridad de cada parte.
La otra novedad es el empleo de un tipo de arbotante totalmente desarrollado. Salvo los superiores, añadidos después de la construcción original, los inferiores son dobles unidos por columnillas radiales. Estos se unen a los contrafuertes externos, muy gruesos en la base y que se complementan con los contrafuertes internos, ocultos bajo el techo de las naves laterales.
El transepto es ancho aunque sobresale poco de la nave principal. Sus fachadas constan de sendos rosetones, el del lado norte describe la glorificación de la Virgen y el del lado sur la glorificación de Jesucristo. Estos se asientan sobre hileras de cinco ventanas sobre tres pórticos, siguiendo las proporciones de la fachada principal y aumentando el efecto de unidad arquitectónica. En un principio se pensó en abrir en ellas simples aberturas pero al final se dotaron de tres profundos pórticos ricamente esculpidos y de dos torres en cada una que quedaron sin concluir. El modelo de rosetones está copiado directamente de Laon pero los pórticos triples son exclusivos de Chartres.
Fachada Sur
A este maestro, cuyo nombre no conocemos, debe atribuirse la planta de la catedral de cuatro torres de Chartres, mas ello no quiere decir que él mismo llevó a cabo la construcción hasta su fin. Las fachadas del transepto – proyectadas como fachadas de doble torres, pero que se levantaron finalmente sin el remate de las torres- revelan tal cantidad de nuevos rasgos estilísticos en su apariencia definitiva, que superan evidentemente el lenguaje formal del primer diseñador.
El maestro que diseño Chartres demostró precisamente su maestría en el manejo arquitectónico del “sistema”, y con ello creó una nueva e imponente forma para la superposición de órdenes horizontales. Sólo después de estudiar cada motivo individual de este sistema tripartito (arcada, triforio, ventana) en su función arquitectónica, comprenderemos por qué aquella solución puede considerarse como clásica y se impuso como tal.
Apenas entramos en Chartres, la altura y amplitud de las arcadas, así como la forma de los apoyos que separan la nave central de las laterales, contribuyen en buena medida a la impresión de grandeza que se desprende del conjunto. La configuración de estas arcadas es resultado de un cálculo artístico para el que nada es obvio o carece de importancia, y que supera –colocándose en un potente salto de una nueva concepción- los trabajos y experiencias de dos generaciones de arquitectos góticos del siglo XII. Para poder comprender al maestro que diseñó la catedral de Chartres, tenemos que familiarizarnos un tanto con los problemas arquitectónicos que allí se planteaban.
Por grande que parezca el salto que dio la arquitectura gótica sagrada hacia una imponente monumentalidad, todavía más nos impresiona la transformación del espacio interior en un ámbito de luz sobrenatural: se diría que la luz misma contribuye a crear el espacio. El maestro de Chartres pudo lograr este efecto merced a una idea revolucionaria en la arquitectura de las ventanas.
La audacia con que el maestro de Chartres conforma la ventana del claristorio no tiene comparación en la Europa de entonces; resulta ya desconcertante la medida gigantesca que asigna a la zona de las ventanas: alrededor de 14 metros, tanto como la altura que ocupan, en la planta baja, las enormes arcadas de la nave mayor.
Mas no se detiene allí: en toda esa altura, y en todo el ancho del tramo comprendido entre los apoyos de la bóveda, quiebra la pared superior con el maravilloso descubrimiento de un ventanal compuesto, formado por dos ventanas lanceoladas y un gran rosetón que flota sobre ellas.
Además el rosetón de la nave mayor de Chartres presenta en si una rica articulación arquitectónica, no solamente por las ocho aberturas que lo coronan, sino también porque el anillo de piedra que queda entre esas aberturas y el marco se encuentra artísticamente trabajado. En su concepto formal se deriva del gran rosetón concéntrico de la fachada oeste.
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